Te odio porque no tengo otra salida,
cada vez que me libero en el desierto de tus ojos,
mirada que me desnuda cuando me encuentro perdida,
sola y como una niña confundida.
Odio tus senderos,
tus sueños rotos,
cada palabra que tu boca expulsa
y que tu mano sobre mi piel quema.
Como el calcinante sol del medio día,
o el hervor de mi sangre durante pesadillas,
de las que no eres protagonista,
ni de sueños, ni de una lista,
solo del deseo más profundo,
de las noches más frías.
De lejos me observas,
y poco a poco te acercas.
Acortas el camino y con versos me llevas
a una verdad que llega a ciegas.
Encontraste la llave del arca divina,
pozo de pensamientos y reliquias del tiempo,
custodia fiel de la doncella y su cuerpo.
Te odio por explicarme el significado
de tantos sueños que he sacrificado.
Por conducir mis manos de cera
a traves de las más fía cantera.
Odio conservar tu mirada,
que me mira por la ventana,
umbral que atravieza mi mente cansada.
Conozco tu intención y la rechazo,
la esclava se atiene a su postura,
y sin un gesto de ternura,
la despojas de lo único que posee.
Cómo llegaste no lo sé,
y cuándo tampoco quiero saber,
en tus labios reposé
sin intención de querer.
El tiempo pasa lento,
pero el cambio acelera,
aquello que pensaba muerto
entre mis manos de cera.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario