
No sé si con palabras podré describir, lo que me hacía sentir, cada vez que veía sus ojos. Ambas esferas color café, que no se comparaban con las tantas tazas que he podido tomar cada mañana. Eso era: quería beberlos, llenarme de esa esperanza y alegría que reflejaban, las que a mi mucho me hacían falta. Ese era Santiago. Un alma caída del cielo, que dejaba a su paso un halo de optimismo y buen humor.
Nunca se molestaba, era paciente y siempre le regalaba una sonrisa a quien fuera que tratara. Cuando conversabas con él, parecía que lo conocieras desde hace años, a pesar de que lo acabaras de ver por primera vez. Tenía un espíritu de niño que le daba inocencia, pero esto no significaba que fuera del todo ingenuo, sino todo lo contrario, sabía captar a primera vista las intenciones de los demás.
Santiago disfrutaba leer, escribir y bailar. Siempre estaba buscando un libro nuevo, de cualquier género. Su facultad para escribir logró al instante llamar mi atención. Pude leer muchos de sus poemas y cuentos, porque siempre cargaba un pequeño cuaderno negro, donde plasmaba lo que sintiera en un momento específico. Un tema recurrente era el amor, ya que era todo un romántico. A pesar de que me sentí asqueada por un momento, logré digerirlos y me agradaron, - fue extraño, era la primera vez que me pasaba-.
Era menor que yo. Le llevaba exactamente un año, pero me demostraba mayor madurez que cualquier otra persona de su edad. Su sola presencia generaba una atmósfera única, en la cual lo mejor de mí salía a la luz; era el antídoto de mi dolor y todo lo que yo quería llegar a ser y tener.
1 comentario:
q feeling... ja...
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