jueves, 5 de junio de 2008

Balada de un encuentro fugaz


Ningún cliente era atendido a esa hora: las dos de la madrugada. Los visillos estaban corridos; Ángela y yo sentados, apoyados el uno en el otro, en un sofá del café. Después de dos horas de conversación, nos quedamos en silencio. Sólo nos observábamos.

Sólo miraba sus ojos color café; no me movía, -parecía congelada-. Sin darme cuenta, mis manos estaban entre las de Santiago. Nuestros corazones palpitaban arrebatados, a la vez que nuestra respiración se aceleraba; tanto que podía escuchar con claridad como latía el suyo. Mi mente obstruida intentaba razonar, pero no podía. Como nunca, me importaba por sobre todas las cosas la persona que tenía frente a mí. Fugaces pasaban las preguntas por mi pensamiento: ¿qué sigue de todo esto?, ¿estoy dispuesta a arriesgar?, pero ¿qué…?. En un segundo todo podía terminar; sólo quedaba actuar naturalmente.
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