
Camino, sola para variar y siento como el viento helado de las tardes de invierno rodea mi cuello y como siempre me arrepiento de no abrigarme más.
Es quizás porque tiendo a creer que el sol saldrá, pero rara vez pasa,
y tan solo el dulce cielo gris es mi compañía y me observa en mi diario caminar.
Por la ruta pienso de todo y se me ocurren cosas cuando no las necesito, y pasa lo contrario cuando desesperadamente rastreo inspiración, me reviento los cesos y nada se me ocurre, las cosas salen muy espontaneas, a veces deberían o necesitan ser más planeadas.
Al cruzar el parque me acuerdo de muchas cosas, especialmente de personas, que se escaparon de mi vida o derrepente yo las impulsé a salir dejando las puertas muy abiertas. Al llegar a la avenida miro los carros pasar y espero a poder cruzar sin acabar con mi vida.
Sigo por las entrelazadas calles que llevan a mi casa. Observo como el edificio del jr. Bejarano está casi listo y como ya para esta hora todos los obreros se fueron. Saludo como siempre al wachi de la esquina y sigo caminando, aún falta una cuadra.
En picada voy y a lo lejos veo una casa rosada, estoy cerca. Cansada saco las llaves de mi bolsa. Las llevo en la mano con los llaveros sonando como si anunciaran que ya estoy cerca. Siempre con anticipación para llegar a la puerta y abrir al toque.
Giro la llave y entro enseguida. Abro la puerta que sigue y entro. Al fin llegué. Todo es silencio y ya no tengo frio, saludo a quienes estén y me meto a mi cuarto.
Tiro mi bolsa al costado de un banco y me saco las zapatillas, me siento en mi cama y prendo la tele. Pero algo más falta, no se cuando estará ahí denuevo.
Prendo la compu y me pongo a escribir, a vaciar mi cerebro en este espacio. Aunque sea el moemnto menos oportuno la necesidad manda y obedesco.